Se ha demostrado que, cuando escuchamos música, tendemos a percibir afinidades entre el sonido y el movimiento de nuestro cuerpo. La llamada 'teoría motora de la percepción' señala que estas relaciones de similitud están profundamente arraigadas en nuestra cognición.
Según esta hipótesis, para percibir algo debemos simular activamente el movimiento asociado a las impresiones sensoriales que estamos tratando de procesar. Es decir, que cuando escuchamos música tendemos a simular mentalmente aquellos movimientos del cuerpo que se precisan para producir el sonido. Por tanto, nuestra experiencia de un sonido implica una imagen mental de un movimiento del cuerpo (vinculado a la producción de dicho sonido).
Es posible que esta ‘imitación’ empiece tan temprano como en la gestación, a juzgar por un estudio de 2015 del Instituto Marqués de Cataluña en el que se analizó el efecto de la emisión de música por vía vaginal en fetos humanos.
En esta investigación se constató que, con solo 16 semanas de gestación, el feto ya percibe la música, y no solo eso, reacciona al estímulo sonoro abriendo la boca y sacando la lengua, como si fuera a “cantar”. Así que, desde tan temprano, la música induce una respuesta motora (en este caso, de movimientos de vocalización) en nuestra especie.
Que nuestro cuerpo reaccione sobre todo al ritmo de los sonidos está relacionado con el hecho de que la capacidad para percibir el ritmo es una característica exclusivamente humana, y también innata en nuestra especie.
Esto último fue constatado en 2009, en un estudio publicado en la revista PNAS que reveló que, nada más nacer, los bebés son capaces de detectar el ritmo regular de los sonidos (esto quizá no debería sorprendernos tanto, dado que lo primero que escucha un feto cuando el oído se le desarrolla dentro del vientre materno es el sonido rítmico del corazón de su madre).
Según esta hipótesis, para percibir algo debemos simular activamente el movimiento asociado a las impresiones sensoriales que estamos tratando de procesar. Es decir, que cuando escuchamos música tendemos a simular mentalmente aquellos movimientos del cuerpo que se precisan para producir el sonido. Por tanto, nuestra experiencia de un sonido implica una imagen mental de un movimiento del cuerpo (vinculado a la producción de dicho sonido).
Es posible que esta ‘imitación’ empiece tan temprano como en la gestación, a juzgar por un estudio de 2015 del Instituto Marqués de Cataluña en el que se analizó el efecto de la emisión de música por vía vaginal en fetos humanos.
En esta investigación se constató que, con solo 16 semanas de gestación, el feto ya percibe la música, y no solo eso, reacciona al estímulo sonoro abriendo la boca y sacando la lengua, como si fuera a “cantar”. Así que, desde tan temprano, la música induce una respuesta motora (en este caso, de movimientos de vocalización) en nuestra especie.
Que nuestro cuerpo reaccione sobre todo al ritmo de los sonidos está relacionado con el hecho de que la capacidad para percibir el ritmo es una característica exclusivamente humana, y también innata en nuestra especie.
Esto último fue constatado en 2009, en un estudio publicado en la revista PNAS que reveló que, nada más nacer, los bebés son capaces de detectar el ritmo regular de los sonidos (esto quizá no debería sorprendernos tanto, dado que lo primero que escucha un feto cuando el oído se le desarrolla dentro del vientre materno es el sonido rítmico del corazón de su madre).
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